CONCURSO DE CUENTOS Y POESÍAS DE TERROR. HALLOWEEN 2024. PARTICIPANTES
¡TUS MUERTOS!
Jamás exclamarás esas dos palabras
con tal tranquilidad.
En la noche, en tu soledad,
desde lo inapreciable
acudiré a ti. Te desgarraré
el corazón hasta
que borbote el dolor
por cada poro de tu piel.
Te irá ahogando, pero antes
de perder la conciencia;
previo al desmayo del umbral de lo posible
aplastaré tu pecho
con la oscuridad de tu ser.
Para que te despierte
el crujir de sus huesos
clavándose en las carnes,
sus restos.
¡Cuidad los insultos!
- al (@alejandrolamaprada)
Melancolía disfrazada
El viento sopla, las nubes lloran, la hierba muere. Las calles son grises y los niños, al igual que la hierba, mueren por intoxicación. Las notas suenan y la noche cae, el frío se cierne sobre uno y las serpientes de las pesadillas se deslizan bajo las camas de los niños muertos. Nos mueve el amor, las caricias, el querer ser necesitados por otros. Nos olvidamos de los fantasmas del pasado, las sábanas blancas se ciernen sobre ellos para taparlos, no verlos, hacerlos ridículos, que se los coma el tiempo, las horas.
En el deseo de alcanzar la pesadumbre del mar, el gato observaba como una chica se mojaba los pies mientras avisaba el oscuro oleaje mecerse, cansado y envidioso; ella seguía esperando. Cada día, a la misma hora, se sentaba en la arena y se embarraba la ropa, esperando a que los fantasmas del pasado volvieran con la marea.
Llegaron las vísperas del día de todos los santos. En épocas de superstición, los lugareños creían ciegamente en el esclarecimiento del velo, aquel que hace que apenas se diferencie a los vivos de los muertos. En el muro perpetuo, el gato veía como hombres llevaban antorchas a sus casas para protegerlas durante la noche.
Saltó a la arena y, dejando un camino de pequeñas huellas tras sí, fue acercándose a la chica. Ella pareció percatarse de su presencia, pero no hizo amago de mirarlo. Era una noche fría, así que el gato se acurrucó junto a ella y comenzó a dormir.
Durante la noche, el gato soñó, soñó con la chica y el mar. En el sueño, esta sonreía y continuaba contemplando el mar, ahora de pie. Cada día, a la misma hora, se sentaba en la arena. Cada día, a la misma hora ella ansiaba el reencuentro del que un día fue la persona de su vida.
Y ahí estaba.
Sin apartar la sonrisa, se adentró en el mar hasta que este le llegaba por las rodillas. Una figura onírica y transparente la aguardaba, se acercaron entre ellos y con las manos, unas frías como el hielo y otras cálidas, sujetaron sus rostros mutuamente y unieron sus labios.
Abrió los ojos. El gato estaba en la misma posición en la que se durmió, aunque ya no notaba calidez en la chica. Al mirarla, soltó un chillido animal, pues tenía la boca totalmente abierta en una expresión de terror y en las cuencas de sus ojos no había nada. El gato corrió de vuelta, dejando entonces atrás el mar, lugar lleno de criaturas enfadadas. Corrió y dejó atrás a la chica, cuya alma fue besada, por algo disfrazado de amante.
- M. J. O.
Imagino que os habrá pasado alguna vez, al mirar el cielo estrellado, pensar que todas esas pequeñas luces son estrellas como nuestro Sol, pero que se encuentran a unas distancias tan gigantescas que nuestra mente no puede comprender. Seguramente os habrá inundado una sensación de insignificancia debido a la minúscula presencia del ser humano en el universo. Aparece una angustia existencial como pocas cosas pueden generarnos, y ahí es cuando decides si seguir mirando o dejar de pensar en ello.
Me llamo Alicia. Han pasado nueve meses desde que llegué a la Estación Espacial de Arbitraje del Brazo 3 KPC lejano, a 10.000 años luz del centro galáctico. Investigamos un pequeño sistema solar, el 7XC-b, aunque aún no tenemos medio para aterrizar. Parece ser habitable. Jaime y María están arreglando una fuga en el segundo módulo de propulsión, o eso creo. Debería pasarme a ver cómo van, quizás pueda ayudar. Dejo de mirar al vacío del cosmos y voy a buscarlos, la angustia de mirar cara a cara el infinito me puede. Esa absoluta y completa oscuridad… no sé si me aterra o me da esperanza.
Me arrastro como puedo por los angustiosos y estrechos pasillos de la nave. Me agobian. Las paredes están llenas de maquinaria complicada, cables y botones. Todos esos aparatos llenan el ambiente con luces intermitentes que ciegan mis ojos y con sonidos molestos que taladran mis oídos. Cada vez hay menos espacio y no hay ni rastro de mis compañeros. Voy por la tercera habitación idéntica, ni siquiera puedo tomar aire. Me agobio y sin pensarlo grito: “¿Dónde estáis?”. No hay respuesta. Quizás el sonido no llegue a ellos. Deberían estar a la derecha. Mis manos empiezan a temblar. Por alguna razón el darle la vuelta a esa esquina se me hace eterno, el silencio es inquietante. Por fin llego a la sala, asfixiada. No están. ¡Joder, no están!
Me pongo aún más nerviosa. Mi respiración falla, mi corazón se agita. Cambio de rumbo y asomo la cabeza hacia el almacén. ¿Quién está en el suelo? Es María. Más bien, lo era. Mi bota ha pisado uno de los pequeños trozos de su carne desperdigados por el suelo. De Jaime sólo queda el torso. Me acerco mareada a su cuerpo. Es horrible, aún respira. De sus labios entreabiertos escapa un murmullo apenas audible: “corre”. El frío de la nave se apodera de mi cuerpo, y el silencio de la sala. Escucho el latido de mi corazón ¿Espera, es mi corazón? No, está fuera. Es como si hubiera algo vivo en la nave. Siento una respiración sobre mi nuca. Ni puedo ni intento reaccionar, después de todo en el espacio nadie me oirá gritar.
- Nikki (@howtodoramen_)
Los mensajes de Jenifer
Le tocaba cerrar ese lunes la tienda, cuadró la caja y cerró la persiana. Durante el mes de agosto suplía las funciones del encargado. Sin darse cuenta se le había hecho más tarde de la cuenta. Con nervios e inquietud arrancó el coche y procedió a salir apresuradamente del aparcamiento. Antes de iniciar la envestida de la rampa de salida, su amigo Polster se abalanzó sobre la luna delantera del coche. Parecía salirle sangre del cuello. Hacía aspavientos y chillidos, que Jenifer no acertaba a comprender. Alguien con una sudadera con capucha se aproximó rápidamente por la trasera del vehículo. Ella metió la marcha atrás y aceleró, arremetiéndolo contra el muro. Retomando la cuesta paró e intentó recoger a Pol. Había mucha sangre sobre su cuerpo y él solo le repetía: “¡Vete!”
Echó al amigo sobre el parabrisas y ascendió la rampa, al girar cayó y rodó hasta la hendidura de la persiana del aparcamiento. Viendo ella por el retrovisor como se estrujaban sus entrañas con el cerramiento. Llegó a su casa gritando: “¡Papá!”
No era capaz de articular más palabras. El padre le dijo que se tranquilizara. Que se duchara, se limpiara las manchas y después hablarían. Preparando la ropa del baño se dio cuenta de que estaba atolondrada, no le fluían los pensamientos. Llamaron a la puerta, sobresaltada se acercó a la ventana del dormitorio. Distinguió al hombre de la capucha en su puerta de entrada: “¡Nooo!”
Oyó el giro del pomo, un forcejeo y se metió en el armario con las cajas de zapatos. Entremezclado con su hiperventilación escuchó la holgura del pasamanos de la escalera. Al deslizarse la hoja del armario, agarró el inflador metálico y se abalanzó sobre él. De la inercia atravesaron la ventana y fueron cayendo juntos hasta la entrada de la casa. Él se llevó el impacto del suelo, se sobrepuso Jeni y salió corriendo campo a través. Sin pensar, sin respirar hasta desfallecer.
Al abrir los ojos en el hospital nota un desagradable dolor de cabeza y un fuerte olor a medicamento. Los médicos se acercan para ver su estado y ella pregunta por su madre. Le indican que repose, que ha tenido un fuerte golpe y debe descansar. Al salir comentan la incongruencia de la pregunta de la paciente, ya que su madre había muerto hace tiempo. Llegando la noche, en la habitación del hospital aparece el hombre de la capucha y se aproxima a Jeni: “Necesitamos tu capacidad”.
Ella pregunta a su padre: “¿Qué vais a hacerme?”
Le explica que la forma tomada es porque le gustan las sudaderas con gorro, para que le sea cercano; da igual quién esté detrás.
“Necesitamos tu capacidad de sentir la muerte”.
- al (@alejandrolamaprada)
La noche de Halloween
A David le gustaba Halloween. De hecho, era su día favorito y esperaba la llegada de octubre con ansias cada año. Los chicos de la clase habían planeado una fiesta increíble y, por supuesto, él accedió encantado. Su madre le había ayudado a comprar todo lo necesario y ahora estaba preparado para ir con los demás. “Ten cuidado”, le había dicho, “no vuelvas muy tarde y pásalo bien”.
La casa estaba decorada con las clásicas telarañas y en el césped había clavado un espantapájaros con una sonrisa extrañamente torcida. Lo que más llamaba su atención era un camino de sangre en el porche, como si algo hubiera sido arrastrado. Sonrió fascinado. Le habían dedicado mucho tiempo y esfuerzo a la ambientación. La puerta se encontraba abierta y el camino continuaba en su interior. Su alegría desapareció cuando vio que la casa estaba vacía. Sabía que había llegado algo tarde, ¿Pero tanto? ¡Ni siquiera eran las dos! Deberían haber cerrado la puerta al menos para que no pudiera entrar cualquiera. Ni que se hubieran ido en estampida. Quitó la mano del sofá al sentir viscosidad. ¿Cuántos botes de sangre falsa habían comprado?
Confundido, volvió a ir junto a la mesa de la entrada. Sobre ella había un trozo rojo y blando con textura en un lado. Pelo. Dio un sobresalto y caminó varios pasos atrás buscando estabilidad. Había sangre en las paredes, el suelo, los muebles. Unas pisadas afuera lo sacarón del remolino de pensamientos y, sin pensarlo dos veces, corrió escaleras arriba. Con cada crujido de la madera su corazón se encogía más y más. Se metió en el armario de una de las habitaciones con las pulsaciones resonando en sus oídos. Al otro lado, la puerta se abrió con un chirrido. Con manos temblorosas se inclinó y echó un vistazo. Un enorme disfraz de conejo sujetaba una escopeta y su pelaje una vez blanco era ahora carmesí. Unos segundos después de que volviera a salir, David fue corriendo hacia el otro extremo de la habitación. Su única escapatoria era la ventana, pero no era capaz de ver una manera segura de bajar. Un chirrido a su espalda le dio el subidón de adrenalina que necesitaba. Asustado, cerró los ojos y saltó. Un crujido atroz inundó el silencio. La capa que su madre había atado con tanto cariño se había quedado enganchada. Detrás, su amigo gritó horrorizado. La escopeta era de juguete, la sangre de una tienda de disfraces, la carne de cerdo. La casa se llenó de los gritos de los compañeros que con sus cámaras escondidas esperaban darle un buen susto a David. Ya no las iban a necesitar. Aquella broma quedaría grabada en sus memorias para siempre.
El narciso se quemó de tanto buscar su belleza bajo el sol
Tras semanas encerrada en su casa, la deprimida Alicia, al darse cuenta de que no había perdido ni un gramo de grasa pese a sus esfuerzos realizados en dietas y ejercicios, decidió buscar soluciones menos convencionales.
Se puso a investigar sobre métodos y artilugios para dejar la obesidad milagrosamente. Pasó en vela desesperada una noche entera y, al alba, lo encontró: un espejo ovalado, con un bello marco adornado con narcisos dorados. Era de segunda mano, gratis, y, según la información que su dueño ofrecía, tenía el poder de hacer que cualquiera adelgazara.
En cuanto llegó, lo colgó en su dormitorio.Tras esto, se empezaron a formar ondas desde el centro del cristal como si una gota hubiera caído en un charco.
Frente a ella apareció un rostro femenino cubierto de tallos, con hojas en lugar de cabello y las mismas flores que decoraban el espejo donde deberían estar sus ojos. Este ser, ignorando el grito que profirió Alicia, le preguntó “¿Quieres ser bella?” Pasados unos minutos, respondió que sí, y acto seguido el espejo le dijo que tomara unas tijeras e intentara cortar su carne de más como si fuera una tela.
Para su sorpresa, cuando las tijeras tocaron un pequeño trozo de su muslo, comenzó a cortarlo hasta caer al suelo. Después miró su reflejo y creyó verse mucho más hermosa. Ese día decidió cortar un poco de grasa cada mañana, arrancando cada vez más trozos de lo necesario y enamorándose de su nueva imagen.
Hasta tal punto la amaba que se propuso llamar a su marido, el cual durante todo ese tiempo había estado de viaje por asuntos laborales, para divorciarse; sin embargo, ella sólo oía susurros lejanos e indescriptibles en la llamada, mas no pensó demasiado en eso. Escondía los desperdicios de su tarea bajo la cama, sin fijarse en el suelo ya carmesí ni en el olor y los bichos de un ambiente nauseabundo.No le importaba comer, ni beber, ni salir; sólo tenía valor su reflejo en el espejo.
Ella era feliz, hasta que alguien se adentró a medianoche en su casa y la encontró en la oscuridad, posando. Le dijo “Alicia, ¿eres tú?” Entonces reconoció la voz de su marido y, al encender la luz, vio la realidad: su cuerpo en la cama, la sangre en la habitación… Y su verdadera forma: un ente transparente como el agua cubierto de tallos cuyos ojos eran narcisos.
Al instante, unos brazos emergieron del cristal y allí la metieron. Despertó dentro de aquella maldición, observando al otro lado a una mujer asustada. Para escapar tuvo una sola idea. Empezó preguntando “¿Quieres ser bella?”
- Mustela Maculata
Seis metros cuadrados
Se trataba de una habitación rectangular, de apenas unos seis metros cuadrados. Un pequeño camastro había sido colocado en la esquina más alejada de la única puerta de la estancia, que se encontraba cerrada. Junto a este, se encontraba una mesita de noche, con una lámpara encima. La lámpara estaba encendida. También había un armario en la habitación, y una pequeña ventana que daba al exterior, que estaba siendo tapiada. Subido a una silla de mimbre, el hombre colocaba unos gruesos tablones de madera sobre dicha ventana, fijándolos con clavos en las paredes. El rítmico golpeteo del martillo en la madera era el único sonido que el individuo parecía poder emitir.
Cuando la pequeña ventana quedó completamente cubierta, el hombre se bajó de la silla. Recogió los clavos restantes y los guardó junto con el martillo en la caja de herramientas que había colocado sobre el suelo, en una de las esquinas. Agarró la caja de herramientas y caminó hacia el armario para abrirlo con la mano que tenía libre. La luz de la lámpara de la mesita de noche iluminó el interior del armario. en el que colgaba una única percha, en la que habían sido enganchados una camisa blanca y unos pantalones largos color caqui. Aparte de dicha percha, los únicos objetos que se encontraban guardados eran los zapatos de vestir marrones del número cuarenta y tres y la pistola. El hombre colocó la caja de herramientas junto a esta última y cerró el armario. Volvió a caminar hacia donde se encontraba la silla de mimbre y, agarrándola del asiento, la levantó y caminó con ella hacia la puerta. La luz de la lámpara proyectó la sombra del hombre por las paredes de la habitación rectangular. Dejó la silla en el suelo y la colocó de forma que la parte superior del respaldo chocase con el picaporte de la puerta en el caso de que alguien tratase de moverlo. Una vez más, caminó hacia el armario y volvió a abrirlo. Agarró cuidadosamente la pistola y, esta vez sin cerrarlo, se alejó del armario en dirección al camastro.
El hombre dejó la pistola sobre la mesita de noche, se recostó sobre el camastro y se cubrió con la sábana. Aún acostado, giró su cabeza hacia la lámpara y, estirando el brazo, pulsó un pequeño botón en la base de esta. Instantáneamente, la lámpara se apagó, dejando en total oscuridad la habitación de apenas seis metros cuadrados, y a las dos figuras que se encontraban bajo la sábana del camastro.
- Aan Keramik (@miku_rol_4)
El eco de las Sombras
Bajo la luz pálida de la luna, las almas del viejo pozo cobraron vida a la llamada de Thana. Sin embargo, lo que comenzó como un grito de auxilio se convirtió en un destino irrevocable. - ¡Tú también no, por favor! - Dijo Thana llorando ante el cuerpo de su fallecida hermana. Desde ese día no pudo dejar de escuchar susurros llamándola, parecía la voz de su hermana. La falta de sueño la llevó a la locura, cada noche estos se intensificaban resonando en su cabeza como un eco interminable. Intentó ignorarlos, pero se hicieron más claros, más insistentes. Una noche, en un impulso de desesperación, decidió volver al lugar de los acontecimientos, el viejo árbol del pozo. Se decía que este conectaba con el otro mundo, y quién bebiera de su agua sería curado de toda enfermedad. Y eso fue lo que pasó, su pequeña hermana, diagnosticada de un cáncer terminal, se curó mágicamente al beber esa sustancia milagrosa, pero también liberó algo más; unas sombras que la perseguían a todas partes repitiendo una y otra vez palabras que Thana no llegaba a entender, hasta que un día la pequeña decidió acabar con esa tormenta colgándose del viejo árbol. Thana, en busca de respuestas, se sentó en el centro de la habitación, apagó todas las luces y cerró los ojos. “¿Qué quieres de mí?” Gritó, “¡No os fue suficiente con arrebatarme a mi hermana!”. La respuesta fue un silencio abrumador seguido de un susurro que retumbó en su mente: “Tú fuiste quien nos despertó, y te concedimos lo que deseabas; ahora eres una de las nuestras”. De repente, el aire se volvió helado y Thana sintió una presencia junto a ella, fría y pesada. La sensación de ser observada la invadió, abrió los ojos y lo que vió la paralizó; en la penumbra, una figura etérea se alzaba, con una sonrisa triste y ojos vacíos. Aterrada, Thana intentó huir pero sus pies estaban pegados al suelo. La figura se acercaba poco a poco susurrando palabras que resonaban por toda la habitación: “No puedes escapar de tu propia oscuridad”. En un acto de desesperación comenzó a gritar en busca de ayuda pero, súbitamente, la habitación comenzó a llenarse de humo a la vez que la oscuridad se cernía sobre ella, como si intentara devorarla. De pronto la luz se intensificó y, como si una mano helada le agarrara del corazón, todo se desvaneció. El entorno era familiar pero se sentía diferente, como si los muros susurraran secretos que solo los muertos pudieran entender. Con el corazón acelerado y la mente llena de dudas, se adentró en la oscuridad decidida a desentrañar el misterio de su destino.
- Sheila Herrera (@shi.enxx)
Fin del Juego
El último día se me hizo eterno. Después de meses tratando de salir de esa habitación de dos metros cuadrados, entendí que no lo conseguiría. Si no había ventana ni rendija, ¿cómo podría abandonar ese hogar improvisado que me habían impuesto? Mis dedos ensangrentados habían perdido sus uñas de tanto rascar la pared e hice una pequeña montañita con ellas, ocho en total. Las otras dos me las arranqué con los dientes el cuarto día, en medio de un ataque de nervios. Creo que me las comí.
Tras la resignación, mi cuerpo se desplomó como un globo que pierde su aire. Destellos y puntos negros de luz empañaban mi visión, acompañando la claridad de la bombilla parpadeante del techo. La esperanza desapareció con la sensación de que ya no existiría otra vida. Pensé en él, en todo lo que nunca le había podido decir y en lo poco que le habría importado de todos modos. Sentí de nuevo el golpe que me dejó inconsciente, el llanto de mi hermana cuando me metieron en el coche, y el regusto a óxido en mi boca. El chillido de las ratas que se movían a mi alrededor y las goteras que caían de las tuberías. El grito de alguien lejano, puede que diez celdas a mi derecha. Habían empezado. Calculé que en dos minutos llegarían a la mía. Miré al roedor por última vez; estaba de pie, sus bigotes largos y repulsivos me rozaban los tobillos. Me observaba dejándome claro que se comería hasta mis huesos, que lo iba a hacer sin remordimientos. Cerré los ojos y suspiré. La puerta se abrió chirriando. Primera vez en días. Uno, dos y tres pasos. Quise mirar, pero mis párpados se quedaron a medio camino. Puntos negros teñidos de rojo tras el estruendo. Al final, salí del infierno.
- Inma Jurado
Limpiando la suciedad de sus blancos ropajes,
Se agolpan
En el lecho del río de la memoria, que es espejo
De sus años perdidos y de sus dientes
Afilados como cuchillos
Mientras se inclinan para lavar sus largos cabellos negros.
Es poder lo que buscan.
No sobre ti, ni sobre ellas mismas; ni siquiera sobre esos hombres
Indiscretos que las observan con lujuria
Desde el otro lado del río.
Sino sobre el río del recuerdo, el río
Que hizo de las esposas viudas sin memoria.
Ya lo habrán recordado:
Siempre hay un precio a pagar por el lujo del saber.
Perdónalo, señor. ¡Cualquiera antes que a él!
El río de la memoria atemorizó a las mujeres errantes
Hacia la conciencia, y pronto ha de pagar
El precio de una sed insaciable.
- Gonzalo Irala (@gonza.stereo)
"las bestias actúan tal y como deben"
Estas palabras resonaban en mi mente. Huí dirección al bosque, pues comprendí mi pecado. Este cuerpo ya no era mío; se estiraba y contorsionaba mientras corría. Ya no tenía manos, sino garras. Un áspero pelaje cubría mi piel. Ya no había paz, sino un apetito insaciable. Mis sentidos agudizados me guiaron en la noche, abriéndome paso entre los árboles hasta un claro, donde pensé estar a salvo. Postrado ante un riachuelo, pude contemplar mi reflejo. ¡Cómo lloré! Maldita la luna, las estrellas y los árboles que custodiaban mi tormento. Aquel rostro ya no era mío, sino el de una bestia. Ojos sin alma, amarillos como el orín, me devolvían la mirada. Colmillos, impregnados de la sangre de quienes amé, brillaban bajo la luna. Mi cuerpo había duplicado su tamaño, de modo que, incluso encorvado, superaba en altura al hombre que fui.
De día me escondía. De noche cazaba, asqueado por esta forma ruín. Hallaba sustento en la sangre de animales que me rodeaban: pájaros, ciervos, lobos. El bosque se rendía a mi voluntad. Yo, a nadie.
Cada día se desangraba en el siguiente, conforme yo me familiarizaba con mis capacidades monstruosas. A pesar de todo, luchaba por aferrarme a los recuerdos de mi humanidad: risas, calor, el sabor del vino. Intenté evocar rostros, pero solo veía bruma.
La naturaleza me llamaba. Una noche, en lo profundo del bosque, oí susurros. Espíritus, en una lengua antigua inmune a cualquier traducción, contaban historias de un ermitaño que habitaba más allá de las montañas. Decían que podía anular mi maldición. Por primera vez, la esperanza brotó en mí. Si lo encontraba, tal vez podría deshacer los pecados de mi hambre.
Emprendí mi búsqueda guiado por el instinto y por la llamada de algo que se sabía superior a mí. En el camino, encontré otras almas malditas, aferrándose a la cordura como yo. No pronunciamos palabra alguna, pues las bestias no las requieren, pero nuestros ojos reflejaban la misma desesperación.
Al llegar a la morada del ermitaño, la luna llena pendía pesadamente del cielo. Él, viejo y curtido, me miró con lástima. «La bestia dentro de ti nunca desaparecerá», dijo. «Elige: vivir como hombre durante el día y como bestia durante la noche, o continuar como eres, libre de la carga de tu forma humana». La sangre derramada me pesaba en la conciencia. El hambre persistía, pero también lo hacía mi humanidad. Elegí el equilibrio.
Ahora, aguardo el atardecer, temeroso del cambio. Durante el día, procuro enmendar mis errores; de noche, recuerdo: las bestias actúan tal y como deben.
- Gonzalo Irala (@gonza.stereo)
Ya no hay nada que se interponga entre nosotros
Todo había ocurrido demasiado rápido.
El cuerpo de aquel despojo humano que alguna vez se había hecho llamar su mejor amiga, se encontraba inerte en el barroso suelo. Un charco de sangre se formaba alrededor de su cabeza, su masa encefálica tintaba la hierba de un viscoso color carmesí.
Ella misma estaba tirada en el pasto, con su rostro repleto de moratones y borbotones de sangre brotando incesantemente de su nariz. Alzó la vista y sintió cómo su cuerpo se convulsionaba y contorneaba a través de espasmos casi eléctricos al observar el horrorizado rostro del chico.
Su sonrisa incrementaba al ritmo en el que se expandía la mancha de sangre que se fundía con el lodo.
Había sido un accidente. Un simple empujón en defensa propia.
Rio.
¿A quién quería engañar? Por supuesto que no fue ningún accidente. Tan solo le hizo falta provocarla y dejarse golpear un par de veces para cumplir con su cometido. Sabía lo que iba a ocurrir en el momento en el que su cráneo chocase con las rocas. Se había asegurado de ejercer la fuerza suficiente como para abrirle en dos la tapa de los sesos. Se había lucido. Su mandíbula estaba a punto de desprenderse de la carne y el hueso.
Alzó de nuevo la vista y no pudo evitar deleitarse de sobremanera con la expresión de extremo pavor de su amado, hasta llegar al punto de la excitación.
Se relamió los labios y se puso en pie con dificultad con el objetivo de acercarse al chico, quien se había mantenido inmóvil en todo momento a causa del shock y cuyos ojos se habían quedado perdidos en la vacía y muerta mirada de su hermana.
Y en un momento de puro éxtasis, reclamó sus temblorosos labios.
- Patricia Sánchez Bernal(Frost)
(@_frosthunder_)
Luces Tenues
Somnoliento caminaba por la fría arena, cuya superficie adoptaba la forma de sus pies descalzos con cada pisada. La luz se fue hacía horas, ¿o días? ¿semanas? Sólo sabía que llevaba un buen tiempo sin salir el sol.
‘‘No es culpa mía’’ se repetía continuamente ‘‘Fue un accidente’’, pero el hecho era que la culpabilidad lo reconcomía.
Aquella playa era el único lugar que permanecía iluminado, por las viejas lámparas que brotaban del interior de un barco que chocó contra la costa hacía muchos años. Nadie sabía por qué, simplemente un día se iluminó y, en estas condiciones de completa oscuridad, la tenue luz anaranjada que emergía de sus cristales servía para alumbrar la playa casi por completo.
‘‘¿Dónde está mamá?’’ Se preguntaba mientras se acercaba al accidentado, algo le decía que en aquel pequeño barco podría estar la solución. ‘‘Quiero verla otra vez’’ Su voz resonaba repetidamente en su cabeza, la de su madre, cantándole una nana para que pudiera dormir, recordaba cuanto lo tranquilizaba cuando los demonios de su cabeza le invadían el pensamiento, cómo su canto los dormía, a la vez que a él.
Pero desde que no oía su cantar los demonios volvieron a emerger y desataban sus maldades a pasos agigantados. Esta vez había sido demasiado, iban a acabar con todo, debían parar.
Las escaleras del pecio estaban incluso más frías que la arena, le resbalaban los pies a causa del agua que las teñía. Subió dificultosamente y la luz le llenó la vista cuando abrió la puerta del camarote. Lo que halló en su interior le sorprendió para mal; No había nada, ni muebles, ni algo que pudiese resultarle una respuesta. Pero al dar unos pasos se detuvo en seco cuando se dio cuenta; Tampoco había lámparas. ¿De dónde salía esa luz? Su cerebro no pudo buscar una explicación lógica, pues un empujón lo tumbó repentinamente al suelo. Al mirar tras de sí, aún sin estar en pie, pudo divisar lo que tanto lo asustó durante años. Uno de sus demonios lo miraba, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras un cántico grave salía de su garganta; las canciones de su madre, reconoció. Poco a poco comenzaron a emerger el resto de diablos por la habitación, surgiendo de los suelos.
De repente, la luz se apagó, ya no podía ver nada, y fue entonces cuando lo entendió. Los demonios ya habían conquistado todo el mundo, ya se habían llevado toda la luz, ya no necesitaban de su cabeza. Temió lo peor, y pasó. Todos los demonios comenzaron a morderle cada apéndice de su cuerpo, dejándolo en un despojo de carne que se arrastraba; pero vivo, vivo por el resto de su eternidad.
Fin.
- José Antonio Muñoz Cousinou
El crujir de las hojas junto a mis suspiros
se mezclan con la inquietud de la noche.
Sus palabras me sentaron como tiros
Al final me sentí solo un simple parche.
Las puertas se me cierran, el tiempo se detiene,
la soledad la abrazo, la muerte la aguardo.
mis ojos llorosos me dicen que la espere
Las esperanzas de verla me tienen a salvo.
Un susurro me llega, es una voz familiar,
"Vuelve a intentarlo, no dejes de luchar".
Pero el frío la envuelve, la angustia la atrapa,
cada latido es eco, cada sombra se escapa.
Recuerdo en ese último instante mucha luz,
¿será este el principio o un adiós en la cruz?
El misterio la envuelve, el destino se acerca,
y en la penumbra, mi cuerpo a la esperanza se aferra.
- Angoscia
Comentarios
Publicar un comentario